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Amor Celestial: La Leyenda del Sol y la Luna


 La imagen de hecho es un trabajo de la artísta Inga Nielsen, quien es también una estudiante de Astrofísica. La Imagen fue creada por un programa computacional, y es llamada “Hideaway”.Aquí está la página web de la artista  .

Historia original escrita por Lily de Wakabayashi, no basada en ningún fandom de anime, serie, libro, película, novela o leyenda. La Luna está inspirada en Jazmín, un personaje original creado por Lily de Wakabayashi. El Sol está inspirado en Mijael, un personaje original creado por Elieth Schneider, con consentimiento expreso de su autora para usarlo.

Esto lo había leído hace poco,de otro sitio y justo hoy encontre a su autora.



El legendario amor entre el Sol y la Luna, aquél amor que ha pasado de boca en boca y que ha servido de inspiración para trovadores y enamorados y ha sido la bandera de todas las parejas del mundo, no surgió en el firmamento, como todos creen, sino en la ciudad de Guanajuato, en México, durante un Festival Internacional Cervantino. Y si no lo crees, mejor será que leas esta historia.


Cuenta la leyenda, que hace ya muchísimos años, el Sol miraba la fiesta que se organizaba en las calles de Guanajuato durante los días que duraba el Festival, y sintió deseos de bajar a la Tierra, al ver que toda la gente se la pasaba muy bien ahí. El Sol miraba a los jóvenes pasear por las misteriosas calles de la ciudad, enamorando a la muchachas y adentrándose en la aventura, vio las obras de los artistas callejeros, los bailes de las danzarinas improvisadas y escuchó las canciones de los juglares y sintió deseos de ser un humano para vivirlo todo en carne propia. Las Nubes, guardianes y consejeros del Sol, no estaban muy conformes con los deseos del Astro Rey y trataron de disuadirlo de su idea; no era prudente el que el Sol dejara su puesto en el vasto firmamento para bajar a la Tierra.

- Si usted bajara, el cielo se quedaría sin luz ni calor y el día dejaría de existir.- dijo el general del ejército del Día.- Sería un caos tremendo.
- Puedo usar tan solo una parte de mi fuerza para bajar a la Tierra y dejar el resto cuidando el firmamento.- replicó el Sol.

- Podrían descubrir su identidad real.- insistió el general.

- Tendré cuidado de no acercarme a nadie.- respondió el Sol.- Solo quiero divertirme.

- Pero podría encontrarse con su enemiga mortal, la Luna.- dijo entonces Nube.- Usted sabe los rumores, de que ella baja a la Tierra a cautivar a los hombres.

- En ese caso, si ella va, yo también.- sentenció el Sol.- Si ella ha podido andar entre los humanos sin problema alguno, yo podré hacer lo mismo.

Para el Sol, no era desconocido el hecho de que la Luna, la reina de la Noche, era su enemiga mortal. Desde el inicio de los tiempos, se rumoraba que la luz que la Luna reflejaba no era suya, sino que era robada de otros astros con luz propia, así como también se decía que ella buscaba incansablemente al Sol para robarle su luz, ya que era ésta la más poderosa de toda la Galaxia. Por eso se creía que la Luna se paseaba en la Tierra, ya que sería ésta la única manera en la que ella podría encontrarse con el Sol; viviendo en reinos tan opuestos, no habría otra manera de encontrarse ya que ambos no podían estar en el mismo lugar al mismo tiempo (por lo del día y la noche, que no existen al mismo tiempo). Así pues, la preocupación de las Nubes era justificada, si el Sol llegara a encontrarse con la Luna en la Tierra, las consecuencias serían fatales. Sin embargo, le correspondía al Sol tomar la decisión final, y si él lo decía, los demás debían obedecer.

- Iré, les guste o no.- sentenció el Sol.- Yo siempre he creído que lo que se dice sobre la Luna son exageraciones, y si me la llegara a encontrar, muy seguramente no sabría quién es ella ni ella sabría que soy yo, ya que yo no conozco su forma humana y ni ella la mía.

Ante tal razonamiento, las Nubes ya no dijeron nada. Así pues, el Sol usó tan sólo una pequeña parte de su esencia para transformarse en un apuesto joven de cabellos dorados, que asemejaban sus rayos de luz, y de ojos azules, tan claros como el cielo del día, y sobre su frente la marca que denotaba su verdadero origen, un sol, marca que ningún ser humano debería ser capaz de apreciar. Las Nubes, por supuesto, no iban a dejar al Astro Rey solo y bajaron a la tierra con él, en la forma de atractivos jóvenes de razas diversas. Así pues, el joven Sol se posó en Guanajuato, y se disfrazó como todos los que estaban presentes en la fiesta, aprovechando el crepúsculo para hacer acto de presencia.

 La mayoría de las personas que vieron al Sol llegar se quedaron boquiabiertas a ver a tan atractivo hombre que vestía lujosamente un traje blanco con detalles en dorado y que usaba un antifaz de oro que cubría su identidad. Estando en cualquier otra ciudad, mucha gente se habría sorprendido de ver a tan hermoso joven vestido como para un Carnaval, pero eso no pasaría ahí, no en Guanajuato, no en el Cervantino, en donde hasta la persona más extravagante se sentía como en casa. Así pues, la gente que veía pasar al Sol se sentía intimidada por su presencia, creyendo que se trataba de algún príncipe o rey de alguna tierra muy lejana, quien disfrutaba del Festival.

No faltaron las jovencitas que quedaron prendadas del apuesto joven al verlo pasar, y más de una quiso llegar más allá, pero el Sol mantenía su prudente distancia. Él no comprendía el por qué los humanos eran tan sensibles al poder de eso que ellos llamaban amor, una fuerza que terminaba por ser demasiado peligrosa sino se manejaba con la debida precaución. Así pues, el Sol se mantenía alejado de todas las chicas que lo pretendían, ya que a él solo le interesaba divertirse; sin embargo, hubo más de una que le preguntó su nombre, y él no sabía qué responder.
- Necesita usted un nombre.- le dijo Nube.- Un nombre humano.

La gente aquí me llama Apolo.- dijo el Sol.- O Febo, pero esos nombres no me agradan en lo más mínimo.

- Busque entonces uno de su elección, es lo de menos.- replicó el general.

El Sol buscó entonces algo que pudiese servirle como nombre, y entonces vio un letrero que lo ayudó a decidirse: San Miguel de Allende, ciudad cercana a Guanajuato, y también muy famosa turísticamente hablando; debajo de ese letrero, se encontraba un muchacho que usaba una playera del equipo de Alemania y que miraba distraídamente hacia otro lado. El Sol supo entonces que había encontrado el nombre perfecto para él, Mijael, que era Miguel pero en versión alemana.

- Me llamaré Mijael.- dijo el Sol, decidido.- Ése será mi nombre.

El general asintió y el joven Sol continuó por su paseo por Guanajuato, diciéndoles a todos que su nombre era simplemente Mijael. Era maravilloso estar ahí, el Sol sabía que mejor idea no podía haber tenido.



Mientras tanto, en su palacio de plata, la Luna había estado contemplando melancólica la ciudad de Guanajuato. Ella había bailado en cada rincón del planeta, había compartido escenario con los mejores bailarines y había hecho la delicia de cuantas personas tuvieron el gusto de verla bailar. Sin embargo, la Luna no había podido experimentar el placer que sentían las parejas enamoradas al bailar, principalmente porque ella nunca había estado enamorada.

- El amor se hizo para los mortales, mi señora.- le decían las Estrellas, sus eternas compañeras.- No para cuerpos celestes como nosotras.

- Lo sé, pero al menos por una vez quisiera saber qué se siente el bailar con el ser amado.- suspiraba la Luna.- El saber qué se siente compartir la misma música con alguien más.
En el Festival Cervantino, la gente parecía divertirse y enamorarse más que en cualquier otro sitio, y la Luna tuvo deseos de bajar a bailar. Quizás ahí podría encontrar la oportunidad que buscaba, en medio de esa gente que creía en la verdad y en la pureza del amor libre, en esos cuerpos que danzaban al son de una canción erótica, entre los deseos y los sueños por cumplir de sus participantes. 

La Luna siempre quedaba extasiada cada vez que se realizaba el Cervantino, pero por algún motivo u otro nunca había podido acudir a uno, era quizás el único sitio que la Luna no había podido visitar en su forma humana, y esto era porque las Estrellas siempre respingaban cada vez que su señora bajaba a la Tierra, ya que ella nunca escuchaba consejos ni precauciones y lo menos que ellas podían hacer para proteger a la Luna era impidiéndole bajar a la Tierra cuando ellas veían peligro inminente.

- Debe cuidarse mucho del Sol, si baja a la Tierra.- le recordó la comandante del ejército de la Noche.- Usted sabe que con una sola mirada a ese ser y usted quedará derretida al instante.
- Eso lo sé perfectamente bien.- bufó la Luna.- Tú te encargas de recordármelo cada vez que voy a bailar, y yo sinceramente sigo sin comprender en dónde está el motivo de tal precaución. Nunca he visto al Sol en mis múltiples viajes, y es más, yo no creo que sea tan terrible como quieren hacerme creer. Si es capaz de dar su luz para producir vida, no veo cómo pueda ser capaz de quemarme con solo mirarme.

- Pero señora... .- gimoteó la Estrella.- Es peligroso, el Sol tiene un poder tremendo...

- Poder que, de haber querido, ya hubiese usado contra nosotras, ¿no crees?.- cuestionó la Luna.- Iré al Festival, pero no te preocupes, que tendré mucho cuidado.

- Irá al Festival, pero no irá sola.- replicó la Estrella.- Nosotras iremos con usted.
- Mucho mejor.- sonrió la Luna.- Así ustedes podrán ayudarme a encontrar el amor.

La Luna conocía muy bien las historias de amor que los humanos tejían alrededor de ella. Por algún motivo, los hombres relacionaban mucho a la Luna con el amor, sin saber que ella era la más solitaria de todos. Había, sin embargo, algo que le daba esperanza a la Luna y era la historia que contaba que ella (Artemisa, Diana, cualquier otro nombre con el que los humanos hubiesen bautizado a la Luna) se había enamorado de un pastor llamado Endimión, un amor que sin embargo no resultó del todo bien. La Luna, sin embargo, era optimista y sentía que en algún lugar estaba esperándola su amor...


Pues bien, la Luna se transformó, como siempre, en una muchacha hermosa, una mujer de piel tan blanca como su faz, con cabellos largos y negros como la noche y ojos del mismo color con chispas de estrellas, y se vistió con un hermoso traje blanco con adornos en plateado, colocándose también un antifaz para que nadie pudiese verle el rostro; debajo del antifaz, sobre su frente, se dibujaba la figura de una media luna, la marca de su verdadera condición, alguien que nadie debía ver jamás. Ella ya había decidido que solo se dejaría ver por aquél hombre que robara su corazón. Las Estrellas, a su vez, se convirtieron en muchachas hermosas, digna corte de doncellas de una reina estelar.

Una vez en la Tierra, todos los hombres volteaban a ver la corte nocturna, pero sobre todo miraban embobados a la hermosa mujer que con tan solo una mirada de sus bellos ojos oscuros los dejaba ya cautivados. No faltó el joven aventurero que se atrevió a preguntarle a tan bella y elegante dama su nombre, y la Luna respondía siempre con una luminosa sonrisa.

- Me llamo Jazmín.- decía.

No era casualidad. La Luna había decidido ese nombre debido a que la primera vez que ella bajó a la Tierra, lo hizo en medio de un campo poblado de jazmines, y la Luna había quedado tan cautivada por el fragante aroma de las bellas flores y por su blancura radiante, que decidió usar su nombre para llamarse así en su forma humana: Jazmín. Así pues, la Luna se hacía pasar por una joven que solo ansiaba bailar, con la esperanza de encontrar a su verdadero amor algún día... Sin embargo, ella rechazaba a todos los hombres que la cortejaban, porque Jazmín no veía en ellos lo que tanto buscaba...

Al pasar por en frente al teatro Juárez, obra arquitectónica y maravilla de Guanajuato, la Luna vio a un grupo de juglares entonar sus alegres y divertidas coplas y un grupo de danzantes callejeros que divertían a los demás, y Jazmín tuvo el deseo de bailar con ellos. Uno de los juglares le tendió la mano con una gran sonrisa y la invitó a bailar, y ella aceptó, emocionada. Pronto todos los presentes se quedaron boquiabiertos al ver a la Luna bailar, ella lo hacía con tanta gracia y elegancia que dejó a los presentes cautivados.

- ¿Quién es esa hermosa joven?.- preguntaba alguien.

- Dicen que es una extranjera de lejanas tierras, pero yo creo que proviene de algún remoto lugar de este país.- respondía otro.- Su nombre es Jazmín.

Jazmín, Jazmín, el nombre de la chica comenzó a correr de boca en boca por todos los presentes, así como su belleza y gracia al bailar. La Luna se sentía feliz, solo bailando se sentía completamente libre...

No muy lejos de ahí, el Sol había visto a unas cuantas muchachas coquetearle y se decidió a seguirlas, pero pronto apareció un chico que les murmuró algo y todas salieron corriendo tras él. De hecho, la gente alrededor de ellos comenzaba a murmurar entre sí y a dirigirse específicamente hacia un sitio en particular. El Sol, extrañado, le preguntó a uno de los muchachos qué era lo que estaba ocurriendo.

- Dicen que a las afueras del Teatro Juárez hay una muchacha que bailar como los ángeles.- le respondió.- Una hermosa mujer que teje sueños con sus pies.

Ante esto, las Nubes tuvieron mala espina pero el Sol se sintió cautivado. ¿Una bella joven que bailaba? Eso era algo que él tenía que ver; así pues, Mijael se dirigió hacia donde todos iban, y sin mucho esfuerzo consiguió pasar entre la multitud que ya había arremolinado en torno a los danzantes. Bastaba con que el Sol los mirara para que todos retrocedieran, anonadados; así fue como él consiguió llegar al frente del corro de personas y vio entonces a la mujer más bella de la Galaxia bailar con la gracia de la noche, una hermosa chica de largos cabellos negros moverse con el viento y entonces el Sol quedó cautivado. Sin saberlo, se había enamorado perdidamente de esa misteriosa joven con tan solo verla.

- ¿Quién es ella?.- preguntó Mijael, a quien quiera que pudiese darle una respuesta.

- Se llama Jazmín.- contestó alguien.- No sabemos más de ella; quizás sea una bailarina profesional.

El Sol solo captó el nombre de ella, y se quedó contemplando como hipnotizado su hermoso baile. La Luna, a su vez, bailaba muy concentrada, sin darse cuenta de nada, y hasta el final de la canción ella se detuvo e hizo una reverencia para agradecer las ovaciones que le brindó cálidamente su público. Y fue entonces cuando lo vio. Era inevitable, ese hombre rubio destacaba claramente por entre los demás y bastó con solo verlo para que la Luna sintiera en su pecho el golpe de su corazón. Se había enamorado irremediablemente, ella ni siquiera sabía quién era él o que hacía ahí, pero no le importaba, lo único que le interesaba a la pobre Luna era que lo amaba desde ya.



- ¿Quién es él?.- preguntó Jazmín a Stella, la Estrella.

- No tengo idea, mi señora.- respondió Stella.- Debe ser un extranjero.

- Se llama Mijael, y es un príncipe de tierras lejanas.- intervino una chica.- Es todo un Adonis.
La Luna miró entonces al Sol, y éste le devolvió la ardiente mirada. Las Estrellas y las Nubes tuvieron malos presentimientos, pero a sus señores eso los tenía muy sin cuidado. Pronto, la gente que los rodeaba comenzó a acorralar a la Luna y al Sol, todos encantados y maravillados por la magia que desprendían ambos seres.

 Fue tan cuestión de un segundo, para que el Sol se adelantara a todos y tomara a la Luna de la mano, y sin decir palabras, sacarla a toda prisa de ahí. La Luna se dijo que debía estar loca por escapar con un desconocido, pero ella se dijo que estaba siguiendo los impulsos de su corazón. Así pues, Sol y Luna corrieron por los callejones de Guanajuato, escapando ambos de sus guardianes y acosadores. Ninguno se había sentido antes tan libre y tan feliz, era como si el simple hecho de estar juntos los transportaba a ambos a un lugar mágico...


No fue sino hasta que ambos se encontraron muy lejos cuando al fin el Sol soltó a la Luna y se dedicó a contemplarla. De que ella era hermosa, lo era, eso ni dudarlo, y sus ojos despedían chispas de estrellas a través del antifaz. La Luna, a su vez, quedó atrapada en el reflejo azul de los ojos de él y en su brillante sonrisa que era como un luminoso amanecer. Ella se sintió cohibida por él y se dispuso a retirarse en graciosa huída, sin nada más que hacer que sonreírle al Sol con dulzura.

- Espera.- la detuvo el Sol.- No te vayas, dime al menos cómo te llamas.

- Mi nombre es Jazmín.- respondió la Luna, con un leve titubeo.- Perdóname en verdad, pero creo que lo mejor será que me vaya.

- ¿No quieres saber cómo me llamo?.- cuestionó el Sol, tomando a la Luna por uno de sus blancos brazos.
- Más que otra cosa.- confesó ella, ruborizada.
- Me llamo Mijael.- él se llevó los dedos de la mano de ella que sostenía a sus labios, para que ella sintiera en su ser la vibración de sus palabras.- Mijael me llamo, mi hermosa Jazmín, y estoy aquí para servirte.

La chica sentía en su piel el calor que emanaban esos labios y se ruborizó, cosa que nunca le había sucedido, como si hubiese sido el calor de él lo que la quemó a ella por dentro, mostrándolo a través de la piel de su rostro.
- Te pusiste colorada.- dijo el Sol, mirándola.

- ¿En serio?.- preguntó la Luna, sin querer que él la soltara.- Nunca me había pasado.
- Pues es una lástima, porque te ves muy hermosa.- replicó él.
Ellos volvieron a mirarse y suspiraron; no querían separarse, no tan pronto, no que ahora ya se habían encontrado. El Sol tomó entonces con más fuerza la mano de la Luna y la sostuvo ahora contra su pecho.

- ¿De verdad quieres irte?.- cuestionó él.- ¿No prefieres quedarte conmigo un rato? Me encantaría pasear por esta ciudad en compañía de una hermosa mujer como tú.
- Vamos entonces.- la Luna siguió sus impulsos.- Yo también deseo estar contigo.
- No se diga más, entonces.- replicó él, y echó a correr, jalando a ella consigo.

Todos miraban sorprendidos al par de jóvenes que paseaban por todos los lugares importantes de Guanajuato, y más que nada se sorprendían porque esa pareja junta desprendía un resplandor tremendamente especial, ya que a pesar de ser de noche, cuando Mijael y Jazmín aparecían juntos parecía que era más bien el mediodía combinado con la suave luz de la noche. La gente que los miraba pasar se quedaba hipnotizada por la magia de esos dos jóvenes, sin saber que en realidad estaban siendo atraídos por el magnetismo del Sol y la Luna. Curiosamente, ninguno sabía quién era el otro, pero las temibles cosas que se rumoraban que pasarían si ellos se juntaban no ocurrieron. Ni el Sol quemó a la Luna, ni ésta se robó el resplandor de aquél, todo había sido nada más que temores infundados, lo único que ellos experimentaban al estar juntos era solamente el sentimiento más antiguo del mundo...

Amor.


Fue en lo alto de la estatua del Pípila donde el Sol le quitó el antifaz a la Luna, y al verla en su máximo esplendor él pensó que no había mujer más bella en todo el planeta, y él, a su vez, dejó que ella le quitara el antifaz del rostro, dejando que observara su rostro completo. Estaba amaneciendo cuando el Sol tomó a la Luna en sus brazos y la besó con suavidad. 

El beso entre ambos causó un resplandor tan intenso que la gente pensó que amanecería con tres soles y no solo con uno. Mijael y Jazmín se besaron con pasión y entrega por largo rato, hasta que las Nubes y las Estrellas hicieron acto de presencia. Todos, al verse entre sí, descubrieron con horror qué era lo que en verdad estaba sucediendo y cayeron en cuenta del peligro en el que supuestamente se encontraban sus señores respectivos. Así pues, más tardaron el Sol y la Luna en besarse que sus súbditos en separarlos, presas del pánico.

- ¡Debe alejarse de ella cuanto antes, señor!.- gritó Nube.- ¡Esa mujer es su enemiga mortal, la Luna!

- ¡Mi señora, debemos irnos cuanto antes!.- gritó Stella.- ¡Ese joven no es el otro que el Sol, la persona de quien se debe cuidar!

Mijael y Jazmín, Sol y Luna, se voltearon a ver, sorprendidos, y sin poder creer lo que veían. Ellos, que tan rápidamente se habían enamorado, eran en realidad enemigos mortales. Tenía que ser mentira, pero fue en ese momento cuando Mijael cayó en la cuenta de que el brillo especial de Jazmín era idéntico al resplandor de la Luna, y ella se dio cuenta de que el calor que Mijael despedía no era otro que el calor innato del Sol, y ambos se dieron cuenta de que era cierto lo que sus generales les decían. Además de eso, por si no fuera poco, en la frente de los dos jóvenes fueron bastante claras las marcas de cada uno, en Mijael un sol, en Jazmín una media luna, marcas que terminaron de confirmar la autenticidad de sus verdaderas condiciones. Mijael se hizo hacia atrás, decepcionado; no podía ser cierto, no podía ser verdad...

- Dime que no es cierto.- pidió él.- Dime que no es verdad.

- Quisiera negarlo, pero si lo hiciera aun así quedaría el hecho de que tú eres quien no debes ser.- respondió Jazmín, muy triste.

Mijael entonces extendió una mano hacia Jazmín, pero justo cuando estaba por tocar el rostro de ella, Stella llegó y se llevó a la Luna consigo, mientras Nube se acercaba para proteger al Sol. Jazmín no hizo más que mirar al Sol, mientras su comandante la arrastraba de regreso a casa. A su vez, el Sol fue rodeado por sus súbditos, mientras su general le pedía que se retiraran de ahí cuanto antes...

- Fue lo mejor.- dijo Nube.- Llegamos justo a tiempo, antes de que la ladrona Luna le robara su luz.

- Ella solo me robó algo y no fue mi luz.- replicó Mijael, decaído.- Me robó el corazón...
Nube no hizo caso de las palabras de su señor y lo apresuró a volver a casa también, ya habían tenido suficiente por un solo día. A su vez, mientras se volvía a transformar en lo que era, la Luna pensaba en el Sol y pensaba también en su trágico destino. Era imposible que se hubiese enamorado de quien era su más grande enemigo.

- Tuvo usted mucha suerte.- la reprendió Stella.- El Sol pudo haberla quemado hasta quedar echa cenizas.

- Él jamás me haría algo como eso.- negó Jazmín, muy triste.- Estoy segura de que él nunca me haría daño...

Por supuesto, Stella no estuvo de acuerdo, y una vez que llegaron al palacio de la Luna, la comandante del ejército de la Noche la reprendió por semejante descuido. Por no hacer caso, por no cuidarse, la Luna estuvo en un peligro mortal esa noche.
- Mi señora, se lo dejamos muy en claro.- dijo Stella.- No debe acercarse al Sol, pero no quiso escucharnos, y solo gracias a nuestra oportuna intervención se pudo evitar una tragedia. Ahora, lo mejor será que no vuelva a bajar a la Tierra, por lo menos no hasta que ese festival haya concluido.

La Luna no respondió; ya había dejado su forma humana, ya había dejado de ser Jazmín, pero aun así su corazón no dejaba de pensar en él, en Mijael, en el Sol, el hombre que sin quererlo ni pretenderlo se había convertido ya en el dueño de su corazón.

El Sol no se encontraba en mejor situación. En su palacio celeste, se le iba el tiempo pensando en la Luna, en la hermosa Jazmín y en cuánto deseaba volver a verla. A él no le importaba que ella fuese su enemiga, él la amaba con todo y lo que ella era y representaba, y sabía que no iba a poder ser feliz hasta que no volviera a verla.
Cada uno en su propio palacio se la pasaba pensando en el otro, tratando de averiguar cómo romper esa barrera que los separaba. Era increíble, pero cierto, que aun en el mundo actual hubiese personas que no podía amarse como deseaban, todo por pertenecer a mundos opuestos y totalmente diferentes.

- Mejor será que no piense más en él.- decía Stella a la Luna.

- Mejor será que se olvide de ella.- decía Nube al Sol.

Pero lo cierto era que ninguno podía hacer algo semejante. Mientras tanto, en Guanajuato, todo mundo se preguntaba qué había sucedido con la pareja maravilla, los jóvenes que habían causado sensación en el festival, y se preguntaban también si ellos irían al baile de máscaras que se realizaría en el teatro Juárez esa misma noche. Obviamente, la Luna ansiaba por ir, así como el Sol, pero ambos no sabían cómo volver a encontrarse el uno con la otra, ninguno sabía si el otro estaba o no pensando en lo mismo e iría al baile de máscaras. Sin embargo, ninguno iba a darse por vencido, el amor que ambos sentían era muchísimo más fuerte que cualquier obstáculo por vencer.

Así pues, cuando cayó la noche, el Sol fingió irse al otro lado del mundo, en donde esos momentos se esperaba con ansias su luz, pero lo cierto era que en algún descuido de sus guardianes volvió a convertirse en Mijael y se preparó para el baile de máscaras, usando un traje completamente negro y cubriendo sus ojos con un antifaz dorado. El Sol aterrizó entonces en la ciudad de Guanajuato, y sin necesidad de invitación, se coló al teatro Juárez, en donde ya estaba comenzando la fiesta. Nadie dudaba que ese hombre tan radiante e impresionante formaba parte de un evento como ése, solo bastaba con ver su porte para darse cuenta de eso. Así pues, Mijael entró al baile y se dispuso a esperar, negándose a bailar con ninguna chica, en espera de que en cualquier momento apareciese su hermosa Luna.

La Luna, por su parte, decidió también arriesgarse. Bien decían los humanos que cuando dos personas estaban enamoradas, sus mentes se sincronizaban al igual que sus corazones, de manera que ella sabía que el Sol estaría ahí, en ese baile, sin dudarlo. Así pues, la Luna brilló sobre Guanajuato con su máximo esplendor, con una hermosa faceta completa de su rostro, dejando a todas las estrellas poco menos que obnubiladas y perplejas.

 Aprovechando la distracción de sus guardiana, la Luna se transformó en Jazmín y se puso un hermoso vestido blanco de gala y cubrió su rostro con un antifaz plateado. La joven entonces descendió en Guanajuato y se dispuso a entrar a la fiesta. Al igual que como pasó con el Sol, todos le dieron paso libre a la Luna, ya que su belleza y elegancia eran lo único que ella necesitaba para poder entrar. Así pues, Jazmín entró al salón de lujo del teatro, esperando que, efectivamente, Mijael estuviese ahí...

El encuentro entre los dos astros fue más que único. El tiempo pareció detenerse y el aire se cargó de magia cuando Jazmín entró, con paso majestuoso, al salón principal y vio a Mijael al otro extremo, esperándola. Él llegó hasta donde se encontraba ella y tomó una de sus manos, depositando un beso sobre ella.
- Te estaba esperando.- dijo Mijael.- Sabía que vendrías.
Jazmín sonrió y entonces él la tomó por la cintura y ambos comenzaron a bailar; la gente no pudo menos que volver a asombrarse, al ver a esos dos jóvenes que eran casi unos príncipes, tan elegantemente vestidos y que bailaban tan estupendamente, causando un resplandor que era más intenso que el de la vez anterior. Jazmín y Mijael bailaron toda la noche, sin decirse nada con palabras pero todo con el corazón, sin importarles nada que no fuera ellos mismos... Al fin, el Sol se sentía completo, había encontrado lo que tanto necesitaba para vivir, y la Luna estaba feliz porque al fin había podido saber lo que es el verdadero amor y experimentarlo en carne propia...

Por supuesto, pronto Nubes y Estrellas se dieron cuenta de la trampa de sus señores y bajaron a la Tierra a buscarlos, aunque el Sol y la Luna no iban a separarse tan fácilmente, no ahora que ya se habían vuelto a encontrar. Justo a la medianoche, cuando el enorme reloj que se encontraba en la cúpula que adornaba el mercado principal dio las doce campanadas, Mijael se llevó a Jazmín con él al mirador del Pípila, huyendo de sus generales, y la abrazó, susurrándole suavemente al oído:

- Te amo, mi hermosa Luna.- murmuró.- Te amo, Jazmín, y no me importa nada más...
- Te amo, mi Sol.- respondió Jazmín, mirándolo a los ojos.- Te amo, Mijael, aun en contra de todo...

Fue entonces cuando ambos se besaron y se fundieron en un abrazo intenso, para pasar después a las caricias vehementes y a los besos apasionados, y lentamente, los cuerpos de ambos fueron cayendo en el deseo más intenso y la pasión más desmedida. El resplandor que la Luna llena emanaba esa noche quedó oculto cuando el Sol se recostó sobre ella para comenzar a hacerle el amor, y los habitantes de la ciudad se preguntaron qué estaría pasando, si sería acaso un eclipse lunar que no había sido anunciado o el fin del mundo, aunque por supuesto nada de eso estaba ocurriendo, solo el deseo de amarse de dos seres que habían nacido para estar juntos.

 Las personas que no lo comprendían comenzaron a salir a las calles, sin saber muy bien lo que pasaba, y entonces desde lo alto del Pípila vieron un resplandor enceguecedor que cubrió a toda la ciudad, un resplandor intenso que marcaba la llegada del éxtasis de ambos amantes furtivos, un resplandor que cubrió de amor y de deseo a todo aquel que tuvo la dicha de presenciarlo...


Dicen, sin embargo, que todo esto no ocurrió y que no es más que una simple leyenda, una de tantas que pueblan las calles de Guanajuato. Dicen, por otro lado, que esto sí sucedió en verdad y que por eso es que durante el Cervantino las jóvenes se disfrazan de Luna, con la esperanza de encontrarse con el Sol, su verdadero amor. Dicen también que esta historia sí ocurrió pero no terminó bien, y sin embargo, si algún día vas a Guanajuato al festival Cervantino, dicen por ahí que podrías encontrarte al Sol y a la Luna paseando juntos, disfrazados para que nadie pueda reconocerlos y disfrutar así del gran amor que ambos se profesan.

¿Será cierto o sólo falsedad? Para saberlo, habrá que ir al Cervantino a averiguar.
Fin.





La Atlántida


Fragmentos de "El misterio de la Atlántida" de Charles Berlitz.

     La Atlántida constituye la novela de misterio más grande del mundo.
 Su nombre mismo evoca un enigmático sentimiento de familiaridad y memorias perdidas, lo que es natural, puesto que nuestros antecesores han hecho conjeturas acerca de ella durante miles de años.



En este sentido debemos dejar constancia de una curiosa coincidencia de nombres. 
El galés y el inglés antiguo situaron en el océano occidental el emplazamiento de su paraíso terrenal, que llamaban Avalan.
Los griegos de la antigüedad situaron la isla más allá de las Columnas de Hércules y la llamaron Atlántida.



 Los babilonios ubicaron su paraíso en el océano occidental y le dieron el nombre de Aralu, mientras los egipcios colocaron la morada de sus almas "en el extremo occidental, y en el centro del océano" y lo denominaron, entre otros, con los nombres de Aaru o Aalu y también Amena.



 Las tribus celtas de España y los vascos conservan las tradiciones de su tierra natal en el océano occidental, y los galos autóctonos de Francia, especialmente los que habitaban las regiones más occidentales, conservaban la tradición de que sus antepasados provenían de algún lugar en el medio del océano occidental, como consecuencia de una catástrofe que destruyó su tierra de origen. 

Los árabes creían que el pueblo de Ad vivió antes de la gran inundación y fue destruido por las aguas como castigo por sus pecados.


 Las antiguas tribus del Norte de África mantenían las tradiciones de un continente situado al Oeste, y existen noticias de tribus llamadas Atarantes y Atlantioi, así como un mar actualmente seco, Attala y, naturalmente, las montañas Atlas. 
Cruzando el Atlántico advertimos que en las Islas Canarias (que en teoría constituyen las cumbres montañosas de la Atlántida) existen una serie de antiguas cavernas llamadas Atalaya, cuyos habitantes conservaban, incluso en la época romana, el recuerdo del hundimiento de la isla-continente.

     Tanto en América del Norte como en Sudamérica, nos encontramos con una serie de extraordinarias coincidencias. La mayor parte de las tribus indígenas conservan leyendas que dicen que su origen está en Oriente o que obtuvieron los adelantos de la civilización de unos superhombres llegados desde un continente oriental .

El pueblo azteca conservó el nombre de su tierra de erigen: Aztlán, y la palabra misma, azteca, es una derivación de Aztlán.

 En el idioma azteca (náhuatl), atl significa "agua" y la misma palabra tiene igual significado en el lenguaje beréber del norte de África. Quetzalcóatl, dios de los aztecas y de otros pueblos mexicanos, era según se dice un hombre blanco, que usaba barba y llegó al valle de México desde el océano, volviendo a Tlapallan una vez concluida su misión civilizadora.

En su libro sagrado, los maya- quichés se refieren al país oriental donde en un tiempo habían vivido como si fuera un verdadero paraíso, "en el que blancos y negros vivieron en paz" hasta que el dios Hurakan (huracán) se enfureció e inundó la tierra.

Cuando los conquistadores españoles exploraron Venezuela por primera vez encontraron un reducto denominado Atlán, que estaba poblado por indios blancos (o que a los españoles les parecieron blancos), cuyos antepasados eran sobrevivientes, según decían, de una tierra inundada.

Sabemos con certeza que algunos de los documentos relacionados con la Atlántida se perdieron, porque varias de las referencias de que disponemos aluden a otros más completos, que se han extraviado.

Aparte de la destrucción general de los manuscritos griegos y romanos que tuvo lugar durante las invasiones de los bárbaros, una parte importante de la literatura clásica fue sistemáticamente eliminada, algunas veces por los mismos pueblos que la heredaron.

 El papa san Gregorio Magno, por ejemplo, ordenó la destrucción de la literatura clásica, "por temor a que distraiga a los fieles de la contemplación del cielo".

(La Iglesia) como siempre.. Siempre tratando  de esconder,o de ocultar.
Es mi opinión.

 Amru, el conquistador musulmán de Alejandría, donde se hallaba la mayor biblioteca de la Antigüedad —más de un millón de volúmenes— utilizó los rollos de manuscritos de los clásicos como combustible para calentar los cuatro mil baños de la ciudad durante seis meses.
 Amru argumentó que si los libros antiguos contenían información ya existente en el Corán, eran superfluos, y si la que encerraban no estaba allí, no tenía valor alguno para los verdaderos creyentes.
Nadie sabe qué referencias a la Atlántida pueden haber ido a parar al agua caliente de los baños de los conquistadores árabes, ya que Alejandría era tanto un centro científico como literario.

 Los conquistadores españoles del Nuevo Mundo continuaron esta destrucción de antiguos documentos.

 El obispo Landa destruyó todos los escritos mayas que pudo encontrar en la península del Yucatán, con la excepción de unos se que ahora se guardan en museos europeos.

Los mayas podrían haber proporcionado alguna información valiosa acerca del continente perdido, dado su origen y sus sorprendentes conocimientos científicos. Ello podría ocurrir todavía, si se descubriesen nuevos documentos.
     Aun cuando los escritos antiguos se han perdido, no faltan las obras modernas sobre la Atlántida.

Se han publicado alrededor de cinco mil libros y folletos en los principales idiomas del mundo, en su mayoría en los últimos 150 años.



     Entre los miles de libros escritos en el pasado siglo y medio hay un pasaje en la obra de Ignatius Donnelly que merece ser citado como muestra típica de la firme creencia de muchos en la existencia de un continente atlántico, cuna de la civilización. 
Donnelly presentó al comienzo de su obra, publicada en 1882, trece proposiciones que todavía se distinguen por su fuerza, originalidad y sobre todo por su tono de absoluta certeza.

 Son las siguientes:

     1. Que en una época existió, frente a la boca del Mediterráneo, en el océano Atlántico, una gran isla que era lo que quedaba de un continente conocido por los antiguos con el nombre de Atlántida.

     2.  Que la descripción que de dicha isla hizo Platón no es fábula, como se ha supuesto durante mucho tiempo, sino historia real.

     3.  Que la Atlántida fue el lugar en donde el hombre se elevó por vez primera de un estado de barbarie a la civilización.

     4.  Que con el discurrir del tiempo la isla se convirtió en una nación poderosa y muy poblada. La gran densidad demográfica impulsó a los viajes, lo que hizo posible que las costas del Golfo de México, de los ríos Missisipi y Amazonas, las del Pacífico en Sudamérica, las del Occidente de Europa y África, las del Báltico, el Mar Negro y el Caspio fueran pobladas por comunidades civilizadas.

     5.  Que fue el verdadero mundo antidiluviano y también el Jardín del Edén; los jardines de las Hespérides; los Campos Elíseos; los Jardines de Alcino; el Olimpo; el Asgar de las tradiciones de los pueblos antiguos; que, en fin, representa el recuerdo universal de una tierra grandiosa, donde la Humanidad primitiva residió durante mucho tiempo en paz y felicidad.

     6.  Que los dioses y diosas de los antiguos griegos, fenicios, hindúes y escandinavos eran sencillamente los reyes, reinas y héroes de la Atlántida y que los actos que les atribuye la mitología son rememoraciones confusas de hechos históricos verdaderos.

     7.  Que las mitologías de Egipto y Perú representan la religión original de la Atlántida; es decir, la adoración del Sol.
     8.  Que la colonia más antigua establecida por los atlantes estuvo probablemente en Egipto, cuya civilización reprodujo la de la gran isla.

     9.  Que los utensilios de la Edad del Bronce de Europa derivan de la Atlántida, y que los atlantes fueron también los primeros que trabajaron el hierro.

     10.  Que el alfabeto fenicio, padre de todos los europeos, proviene del que ya se utilizaba en la isla-continente.

     11.  Que la Atlántida fue el lugar de asentamiento original del gran tronco de las naciones arias o indoeuropeas, al igual que el de los pueblos semitas, y posiblemente también de las razas turanias.

     12.  Que la Atlántida sucumbió en medio de una terrible convulsión de la Naturaleza, en que la isla entera se hundió en el océano, con casi todos sus habitantes.

13.    Que sólo algunas personas escaparon en barcos o balsas, llevando a las naciones de Oriente y Occidente las noticias sobre la horrible catástrofe, que han llegado hasta nuestra época bajo la forma de las leyendas de la Inundación y el Diluvio que existen en los distintos pueblos del viejo y el nuevo mundo.

     El Popol Vuh es una crónica maya-quiché escrita en jeroglíficos mayas.
 El original fue quemado por los españoles en la época de la conquista, pero luego el texto fue transcrito de memoria al alfabeto latino. 
Esta leyenda maya dice: "Luego las aguas fueron agitadas por voluntad del Corazón del Cielo (Hurakán) y una gran inundación se abatió sobre las cabezas de estas criaturas... Quedaron sumergidas, y desde el cielo cayó una sustancia espesa como resina... la faz de la Tierra se oscureció y se desencadenó una lluvia torrencial que siguió cayendo día y noche... Se escuchó un gran ruido sobre sus cabezas, un estruendo como producido por el fuego. 
Luego se vio a hombres que corrían y se empujaban, desesperados, querían trepar sobre sus casas y las casas caían a tierra dando tumbos, trataban de subir a las grutas (cavernas) y las grutas se cerraban ante ellos... Agua y fuego contribuyeron a la ruina universal, en la época del último gran cataclismo que precedió a la cuarta creación..."

     Los primeros exploradores de América del Norte consiguieron transcribir la siguiente leyenda de las tribus indígenas que vivían en torno a los grandes lagos: 

"En épocas pasadas, el padre de las tribus indígenas vivía en dirección al sol naciente. Cuando le advirtieron en un sueño que iba a desencadenarse un diluvio sobre la tierra, construyó una balsa, en la que se salvó junto a su familia y todos los animales.

 Estuvo flotando de esta manera durante varios meses. Los animales, que en esa época podían hablar, se quejaban abiertamente y murmuraban contra él. Por fin apareció una nueva tierra, en la que desembarcó con todos los animales, que desde aquel momento perdieron el habla, como castigo por sus murmuraciones contra su salvador".

     George Catlin, uno de los primeros estudiosos de los indios de los Estados Unidos, cita una leyenda cuyo principal protagonista es conocido como "el único hombre" que "viajaba" por la aldea, se detenía frente a cada vivienda y gritaba hasta que el propietario salía y preguntaba qué ocurría. 

Entonces, el visitante respondía relatando "la terrible catástrofe que se había abatido sobre la Tierra, debido al desbordamiento de las aguas" y decía que era la " única persona que se había salvado de la calamidad universal", que había atracado su gran canoa junto a una gran montaña situada al Oeste, donde ahora vivía, que había venido para instalar una tienda a la que cada uno de los dueños de las casas de la tribu debía llevar una herramienta afilada con el objeto de destruir la tienda, ofreciéndola como sacrificio a las aguas, ya que con herramientas afiladas se construyó la gran canoa y si no se hiciera así, habrá otra inundación y nadie se salvará.

     Los indios chibchas, de Colombia, conservan una leyenda según la cual el diluvio fue causado por el dios Chibchacun, a quien Bochica, el principal dios y maestro civilizador, castigó obligándole a llevar para siempre la tierra sobre las espaldas. Los chibchas dicen también que los terremotos se producen cuando Chibchacun pierde el equilibrio. 

(En la leyenda griega, Atlas soportaba sobre sus espaldas el peso del cielo y ocasionalmente también el del mundo.) En la leyenda chibcha sobre la inundación existe otra notable analogía con la leyenda griega. Con el fin de liberarse de las aguas que inundaron la tierra después del diluvio, Bochica abrió un agujero en la tierra, en Tequendama, algo semejante a lo que ocurrió con las aguas de la inundación de la leyenda griega, que desaparecieron por el orificio de Bambice.

     Estas leyendas son en general tan similares a las nuestras, que resulta difícil pensar que eran habituales antes de la llegada del hombre blanco al Nuevo Mundo. 
Los invasores españoles del Perú descubrieron que la mayoría de los habitantes del imperio inca creían que había habido una gran inundación, en la que perecieron todos los hombres, con excepción de algunos a quienes el Creador salvó especialmente para repoblar el mundo.

     Una leyenda inca acerca de uno de esos sobrevivientes señala que conoció la proximidad de la inundación al observar que sus rebaños de llamas miraban hacia el cielo fijamente y con gran tristeza. Avisado por estas señales, pudo trepar a una alta montaña, donde él y su familia se pusieron a salvo de las aguas. Otra leyenda inca afirma que la duración de las lluvias fue de sesenta días y sesenta noches, es decir, veinte más que los que se mencionan en la Biblia.

     En la costa oriental de Sudamérica, los indios guaraníes conservan una leyenda que dice que, al comenzar las lluvias que habrían de cubrir la tierra, Tamenderé permaneció en el valle, en lugar de subir a la montaña con sus compañeros.
 Cuando se elevó el nivel de las aguas, trepó a una palmera y se dedicó a comer fruta mientras esperaba. Pero las aguas siguieron subiendo, la palmera fue arrancada de raíz y él y su familia navegaron sobre ella mientras la tierra, el bosque y finalmente las montañas desaparecían. Dios detuvo las aguas cuando tocaron el cielo y Tamenderé, que ahora había flotado hasta la cumbre de una montaña, descendió al escuchar el ruido de las alas de un pájaro celestial, señal de que las aguas se estaban retirando y comenzó a repoblar la tierra.

     Los Noés del Mediterráneo, de Europa y del Oriente Medio nos son más conocidos, gracias a documentos escritos. Por ejemplo,Utnapishtim,de Babilonia; Baisbasbate, el sobreviviente de la inundación de que se habla en el Mahábarata, de la India; Yima, de la leyenda persa, y Deucalión, de la mitología griega, que repoblaron la tierra arrojando piedras que se convirtieron en hombres. Aparentemente, no hubo un solo Noé sino muchos, cada uno de los cuales, según la tradición, ignoraba la existencia de los otros.
En todos estos casos, la razón por la que se produjo el diluvio es casi siempre la misma: la Humanidad se tornó malvada y Dios decidió destruirla. Pero, al mismo tiempo, resolvió que una buena pareja o una familia volvieran a empezar.

     Este recuerdo común acerca del gran diluvio sería sin duda compartido por los pueblos de ambos lados del Atlántico, si la Atlántida se hubiese hundido en la catástrofe descrita por Platón. No sólo habrían crecido las mareas en el mundo entero, sino que las tierras bajas habrían quedado sumergidas y las tormentas, tempestades, vientos desatados y terremotos habrían llevado a los observadores a creer que estaba llegando realmente el fin del mundo. Y el capítulo séptimo del Génesis ofrece un testimonio particularmente vivido del fenómeno conjunto del incremento del nivel del agua y las lluvias:



 "El mismo día se rompieron todas  las fuentes de la gran profundidad y se abrieron las ventanas del cielo..."




Leyenda de Xochiquétzal y Popocatépetl

 Esta fotografía es de @jfespinola,apenas la vi...pensé en colocarla aquí,si le hacen click a la imagen,la ven en mayor tamaño.
Las historias y leyendas que he leído de volcanes,son trágicas y tristes.



Volcán Xochiquétzal
Las huestes del Imperio azteca regresaban de la guerra.
Pero no sonaban ni los teponaxtles ni las caracolas, ni el huéhuetl hacía rebotar sus percusiones en las calles y en los templos. Tampoco las chirimías esparcían su aflautado tono en el vasto valle del Anáhuac y sobre el verdiazul espejeante de los cinco lagos (Chalco, Xochimilco, Texcoco, Ecatepec y Tzompanco) se reflejaba un menguado ejército en derrota. El caballero águila, el caballero tigre y el que se decía capitán coyote traían sus rodelas rotas y los penachos destrozados y las ropas tremolando al viento en jirones ensangrentados.

Allá en los cúes y en las fortalezas de paso estaban apagados los braseros y vacíos de tlecáxitl que era el sahumerio ceremonial, los enormes pebeteros de barro con la horrible figura de Texcatlipoca el dios cojo de la guerra. Los estandares recogidos y el consejo de los Yopica que eran los viejos y sabios maestros del arte de la estrategia, aguardaban ansiosos la llegada de los guerreros para oír de sus propios labios la explicación de su vergonzosa derrota. 

Hacía largo tiempo que un grande y bien armando contingente de guerreros aztecas había salido en son de conquista a las tierras del Sur, allá en donde moraban los Ulmecas, los Xicalanca, los Zapotecas y los Vixtotis a quienes era preciso ungir al ya enorme señorío del Anáhuac. Dos ciclos lunares habían transcurrido y se pensaba ya en un asentamiento de conquista, sin embargo ahora regresaban los guerreros abatidos y llenos de vergüenza.

Durante dos lunas habían luchado con denuedo, sin dar ni pedir tregua alguna, pero a pesar de su valiente lucha y sus conocimientos de guerra aprendidos en el Calmecac, que era así llamada la Academia de la Guerra, volvían diezmados, con las mazas rotas, las macanas desdentadas, maltrechos los escudos aunque ensangrentados con la sangre de sus enemigos.

Venía al frente de esta hueste triste y desencantada, un guerrero azteca que a pesar de las desgarraduras de sus ropas y del revuelto penacho de plumas multicolores, conservaba su gallardía, su altivez y el orgullo de su estirpe. 


Ocultaban los hombres sus rostros embijados y las mujeres lloraban y corrían a esconder a sus hijos para que no fueran testigos de aquél retorno deshonroso.
Sólo una mujer no lloraba, atónita miraba con asombro al bizarro guerrero azteca que con su talante altivo y ojo sereno quería demostrar que había luchado y perdido en buena lid contra un abrumador número de hombres de las razas del Sur.

La mujer palideció y su rostro se tornó blanco como el lirio de los lagos, al sentir la mirada del guerrero azteca que clavó en ella sus ojos vivaces, oscuros. Y Xochiquétzal, que así se llamaba la mujer y que quiere decir hermosa flor, sintió que se marchitaba de improviso, porque aquel guerrero azteca era su amado y le había jurado amor eterno.

Se revolvió furiosa Xichoquétzal para ver con odio profundo al tlaxcalteca que la había hecho su esposa una semana antes, jurándole y llenándola de engaños diciéndole que el guerrero azteca, su dulce amado, había caído muerto en la guerra contra los zapotecas.

--¡Me has mentido, hombre vil y más ponzoñoso que el mismo Tzompetlácatl, - que así se llama el escorpión-; me has engañado para poder casarte conmigo. Pero yo no te amo porque siempre lo he amado a él y él ha regresado y seguiré amándolo para siempre!

Xochiquétzal lanzó mil denuestos contra el falaz tlaxcalteca y levantando la orla de su huipil echó a correr por la llanura, gimiendo su intensa desventura de amor.

Su grácil figura se reflejaba sobre las irisadas superficies de las aguas del gran lago de Texcoco, cuando el guerrero azteca se volvió para mirarla. Y la vio correr seguida del marido y pudo comprobar que ella huía despavorida. Entonces apretó con furia el puño de la macana y separándose de las filas de guerreros humillados se lanzó en seguimiento de los dos.


Pocos pasos separaban ya a la hermosa Xochiquétzal del marido despreciable cuando les dio alcance el guerrero azteca.


No hubo ningún intercambio de palabras porque toda palabra y razón sobraba allí. El tlaxcalteca extrajo el venablo que ocultaba bajo la tilma y el azteca esgrimió su macana dentada, incrustada de dientes de jaguar y de Coyámetl que así se llamaba al jabalí.

Chocaron el amor y la mentira.
El venablo con erizada punta de pedernal buscaba el pecho del guerrero y el azteca mandaba furioso golpes de macana en dirección del cráneo de quien le había robado a su amada haciendo uso de arteras engañifas.
Y así se fueron yendo, alejándose del valle, cruzando en la más ruda pelea entre lagunas donde saltaban los ajolotes y las xochócatl que son las ranitas verdes de las orillas limosas.

Mucho tiempo duró aquél duelo.


El tlaxcalteca defendiendo a su mujer y a su mentira.

El azteca el amor de la mujer a quien amaba y por quien tuvo arrestros para regresar vivo al Anáhuac.
Al fin, ya casi al atardecer, el azteca pudo herir de muerte al tlaxcalteca quien huyó hacia su país, hacia su tierra tal vez en busca de ayuda para vengarse del azteca.
El vencedor por el amor y la verdad regresó buscando a su amada Xochiquétzal.

El guerrero azteca se arrodilló a su lado 
y lloró con los ojos y con el alma. Y 
cortó maravillas y flores de xoxocotzin 
con las cuales cubrió el cuerpo inanimado de la hermosa Xochiquétzal.
 Corono sus sienes con las fragantes flores de Yoloxóchitl que es la flor del corazón y trajo un incensario en donde quemó copal. Llegó el zenzontle también llamado Zenzontletole, porque imita las voces de otros pajarillos y quiere decir 400 trinos, pues cuatrocientos tonos de cantos dulces lanza esta avecilla.
Por el cielo en nubarrones cruzó Tlahuelpoch, que es el mensajero de la muerte.
Y cuenta la leyenda que en un momento dado se estremeció la tierra y el relámpago atronó el espacio y ocurrió un cataclismo del que no hablaban las tradiciones orales de los Tlachiques que son los viejos sabios y adivinos, ni los tlacuilos habían inscrito en sus pasmosos códices. 
Todo tembló y se anubló la tierra y cayeron piedras de fuego sobre los cinco lagos, el cielo se hizo tenebroso y las gentes del Anáhuac se llenaron de pavura.

Al amanecer estaban allí, donde antes era valle, dos montañas nevadas, una que tenía la forma inconfundible de una mujer recostada sobre un túmulo de flores blancas y otra alta y elevada adoptando la figura de un guerrero azteca arrodillado junto a los pies nevados de una impresionante escultura de hielo.


Las flores de las alturas que llamaban Tepexóchitl por crecer en las montañas y entre los pinares, junto con el aljófar mañanero, cubrieron de blanco sudario las faldas de la muerta y pusieron alba blancura de nieve hermosa en sus senos y en sus muslos y la cubrieron toda de armiño. 

Desde entonces, esos dos volcanes que hoy vigilan el hermoso valle del Anáhuac, tuvieron por nombres Iztaccihuatl que quiere decir mujer dormida y Popocatépetl, que se traduce por montaña que humea, ya que a veces suele escapar humo del inmenso pebetero.
En cuanto al cobarde engañador tlaxcalteca, según dice también esta leyenda, fue a morir desorientado muy cerca de su tierra y también se hizo montaña y se cubrió de nieve y le pusieron por nombre Poyauteclat, que quiere decir Señor Crepuscular y posteriormente Citlaltepetl o cerro de la estrella y que desde allá lejos vigila el sueño eterno de los dos amantes a quienes nunca podrá ya separar.
Eran los tiempos en que se adoraba al dios Coyote y al Dios Colibrí y en el panteón azteca las montañas eran dioses y recibían tributos de flores y de cantos, porque de sus faldas escurre el agua que vivifica y fertiliza los campos. 
                                       

Durante muchos años y poco antes de la conquista, las doncellas muertas en amores desdichados o por mal de amor, eran sepultadas en las faldas de Iztaccihuatl, de Xochiquétzal, la mujer que murió de pena y de amor y que hoy yace convertida en nívea montaña de perenne armiño.


Fuente: La leyenda de los volcanes

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